La transformación de los modelos familiares ha desdibujado la función paterna, generando nuevas configuraciones subjetivas. Este artículo reflexiona sobre el rol del padre desde el psicoanálisis lacaniano, su impacto en el desarrollo infantil y sus efectos clínicos actuales.
En las últimas décadas, el lugar del padre ha sido objeto de intensos debates. Se lo ha cuestionado, desarmado, reemplazado. En muchos discursos contemporáneos, el padre aparece como una figura en crisis: ausente, tóxica, prescindible. Pero el psicoanálisis nunca pensó al padre como un individuo o género biológico, sino como una función simbólica.
La función paterna no se limita a estar presente físicamente ni a cumplir un rol tradicional. Su potencia radica en introducir un límite, un corte, una ley que permita al niño separarse de la fusión con la madre y abrirse al mundo. El padre es, en términos lacanianos, quien opera la metáfora paterna: desplazamiento estructural que funda la subjetividad.
De la presencia física a la función simbólica
No se trata de “padre bueno” o “padre malo”, sino de una función estructurante. Aquel que introduce la diferencia, que hace de tercero en la relación madre-hijo, permitiendo la inscripción de una ley que va más allá del deseo materno.
Es por eso que, incluso en familias donde no hay figura masculina presente, esta función puede ser encarnada por una madre, por otro referente o incluso por una institución. Lo que importa es su operación simbólica: habilitar la separación, la individuación, el pasaje de “ser todo para el Otro” a ser sujeto deseante por sí mismo.
El peligro de la fusión
En los casos en que esta función está debilitada o no logra operar, se genera una fusión prolongada con la madre, que puede resultar asfixiante. Esto tiene efectos clínicos notorios: inhibiciones, trastornos alimentarios, dificultades vinculares, confusión de identidad. El sujeto queda atrapado en una relación sin límite, donde todo deseo es el deseo del otro.
El estrago materno, como lo conceptualiza Lacan, se da cuando el hijo o la hija quedan absorbidos por una madre que no logra ceder su lugar. Sin el padre como agente de separación, la subjetividad queda hipotecada, girando en torno a un eje sin corte.
Clínica actual: padres que no interrumpen, madres sin relevo
Hoy observamos muchas configuraciones familiares donde los adultos no ejercen esta función simbólica. Padres que están pero no dicen no, madres que no pueden delegar ni permitir el ingreso de un tercero. La consecuencia es la fragilidad del límite psíquico, una dificultad para tolerar la frustración, la espera, el no saber.
En la clínica psicoanalítica, no se trata de restaurar modelos tradicionales, sino de acompañar procesos donde esa función pueda ser simbolizada. No basta con culpar al entorno o al pasado: es necesario construir nuevas coordenadas para que la separación subjetiva sea posible.
Formación y escucha: una responsabilidad ética
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