Muchos síntomas actuales no se originan en un trauma evidente, sino en la distancia entre el yo y un ideal interiorizado. Este artículo aborda el impacto de la vergüenza, la autocrítica y el ideal del yo, desde una lectura psicoanalítica contemporánea.
Hoy en día, una de las emociones más extendidas y menos habladas es la vergüenza. A diferencia de la culpa —que implica un otro frente al cual se responde— la vergüenza no necesita testigos. Es íntima, silenciosa, corrosiva. Aparece cuando la persona siente que no alcanza lo que “debería” ser. Pero, ¿quién define ese “debería”?
Desde el psicoanálisis, este malestar no es sólo un asunto emocional: es una señal estructural. Muchas veces, el sufrimiento psíquico no proviene de un evento traumático, sino de la distancia entre el yo real y el ideal del yo. Un ideal impuesto, muchas veces inconsciente, pero que opera con fuerza de ley.
¿De dónde proviene este ideal?
Según Freud, el superyó se construye a partir de las identificaciones infantiles con figuras parentales y sociales. De ahí se deriva el ideal del yo, esa imagen interna de lo que uno cree que debería ser: más fuerte, más exitoso, más inteligente, más “sano”.
Cuando esa imagen es demasiado elevada o rígida, el yo no puede alcanzarla. Se instala entonces la autocrítica severa, la sensación de inadecuación y, con frecuencia, la vergüenza. Lo paradójico es que muchas veces este ideal ya no pertenece al sujeto: es un eco del deseo del otro (los padres, la cultura, la pareja, la época).
El síntoma como grieta en la imagen
El síntoma aparece cuando esa distancia se vuelve insoportable. No es una señal de debilidad, sino una defensa ante lo imposible: ser lo que se espera sin traicionarse. Puede expresarse como ansiedad, depresión, trastornos alimentarios o adicciones. Pero también como perfeccionismo, hiperexigencia, bloqueo emocional.
En una cultura de rendimiento constante, la consigna “sé tu mejor versión” se vuelve un mandato feroz. Y cuando no se alcanza, surge la vergüenza. Esa que no se dice, pero se siente. Esa que aísla y debilita el deseo.
Reconciliar el yo con su medida
El trabajo clínico no busca borrar el ideal, sino interrogarlo. ¿De dónde viene? ¿Qué dice de mí? ¿A qué renuncio para cumplirlo? Esta interrogación permite una reconciliación interna, donde el sujeto ya no vive esclavizado por imágenes externas, sino que se abre a un camino propio.
Trabajar desde la escucha psicoanalítica permite desmontar los mandatos inconscientes, habilitar nuevas identificaciones y fortalecer la estima de sí, no como orgullo narcisista, sino como reconocimiento de la propia singularidad.
Formarse también es un modo de reparar
En nuestras formaciones en Psicoterapia y Psicoanálisis, muchos estudiantes llegan con esta misma pregunta: ¿cómo ayudar a otros si yo también cargo con exigencias que me desbordan? La experiencia formativa se vuelve entonces doble: profesional y subjetiva. Una oportunidad de leer el propio síntoma, de resignificarlo, de transformarlo en herramienta clínica y de comprensión humana.
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