En una sociedad hiperexigente, muchos adolescentes se construyen bajo ideales inalcanzables. Este artículo reflexiona sobre el desarrollo de la autoestima, su relación con el ideal del yo, y cómo acompañar estos procesos desde la escucha clínica.
“Quiero ser mejor”.
“Quiero que me vean”.
“Quiero gustar”.
En boca de un adolescente, estas frases no suenan mal. Sin embargo, en el trasfondo de muchas de ellas, aparece una tensión sorda, un malestar que no siempre encuentra palabras. La autoestima no es simplemente la capacidad de valorarse: es una construcción psíquica que nace en la infancia y se tensa profundamente durante la adolescencia.
¿Qué es la autoestima desde el psicoanálisis?
Más allá de las definiciones del coaching o la psicología positiva, el psicoanálisis nos recuerda que la autoestima es el resultado de un trabajo psíquico. No es un dato, ni una cualidad que se tiene o no se tiene. Es una posición subjetiva frente a la propia imagen, al deseo del otro, al ideal que uno mismo construyó.
Esta imagen interna se forma desde los primeros vínculos. Como planteó Winnicott, es en la mirada de la madre —o quien ejerza esa función— donde el niño empieza a intuir quién es. Si esa mirada es disponible, sostenedora, el niño empieza a sentirse valioso. Pero si la mirada es ausente, exigente o errática, algo de ese valor queda afectado desde el inicio.
Ideal del yo y exigencia interior
A partir de esas primeras experiencias, el sujeto va construyendo un Ideal del Yo: una imagen de lo que debería llegar a ser. Esta instancia es necesaria, ya que orienta, impulsa, da sentido. Sin embargo, cuando ese ideal se vuelve rígido o está colonizado por mandatos externos —éxito, belleza, popularidad—, se transforma en un tirano interior.
El adolescente actual, sometido a la lógica de la comparación constante y la visibilidad pública, muchas veces se mide con ese ideal imposible. Cuando no alcanza lo esperado, aparece la culpa, la vergüenza, el fracaso. En algunos casos, estos sentimientos pueden derivar en síntomas más graves: aislamiento, conductas compulsivas, trastornos alimentarios, depresiones silenciosas.
El papel del adulto: sostener sin invadir
Acompañar a un adolescente no es guiarlo paso a paso ni empujarlo al éxito. Es estar disponible, escuchar sus preguntas, respetar sus ritmos y reconocer su singularidad. Muchos síntomas emergen justamente cuando el adolescente siente que solo vale por lo que logra, no por quien es.
Por eso, formarse como psicoterapeuta implica también entender cómo opera el ideal del yo, cómo se articula con la historia familiar, con los mandatos sociales, con el cuerpo en transformación. Y sobre todo, cómo sostener una escucha que no juzgue, sino que habilite la palabra.
Formación y adolescencia: una clave clínica y social
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Ser terapeuta hoy también es aprender a escuchar el sufrimiento que no se dice.