Entre el deseo de ser auténtico y la presión de mostrarse perfecto, muchos sujetos contemporáneos se enfrentan a una crisis de identidad silenciosa. Este artículo analiza las tensiones entre el ideal del yo, la mirada del otro y los síntomas actuales.
En una época marcada por la exposición permanente, ser uno mismo parece, paradójicamente, más difícil que nunca. Las redes sociales ofrecen infinitas formas de mostrarse, pero también exigen una constante construcción de imagen. ¿Qué ocurre entonces con el sujeto? ¿Dónde queda el deseo singular cuando todo invita a parecer, a compararse, a brillar?
Desde el psicoanálisis, sabemos que el yo no es una entidad estable, sino una construcción compleja, resultado de identificaciones, deseos, prohibiciones y miradas. El “yo verdadero” no se encuentra al escarbar dentro, ni al mirarse al espejo, sino en la relación con el otro. Y es allí donde las cosas se complican.
Del ideal del yo al yo idealizado
El ideal del yo, como instancia psíquica heredada del superyó, marca un horizonte a alcanzar. Pero cuando este ideal se ve contaminado por los imperativos culturales —éxito, belleza, productividad, visibilidad—, se transforma en una exigencia tiránica. Ya no guía, sino que juzga. Ya no inspira, sino que aplasta.
Muchos sujetos hoy padecen una falla de autenticidad no por no saber quiénes son, sino por sentir que no pueden serlo. Se percibe una disociación entre lo que se muestra y lo que se siente. Esa distancia produce angustia, culpa, vergüenza, y en muchos casos, síntomas persistentes.
Cuando el síntoma protege del vacío
En este escenario, el síntoma puede funcionar como una defensa. Una manera de resistir a la exigencia de mostrarse constantemente disponible, feliz, realizado. No es casual que se multipliquen los cuadros de agotamiento psíquico, disociación emocional, trastornos alimentarios o adicciones tecnológicas.
El psicoanálisis no busca borrar el síntoma, sino escucharlo. Descifrar qué dice ese cuerpo que no rinde, ese pensamiento que se bloquea, ese deseo que no aparece. Porque tal vez, allí donde parece haber fracaso, hay también un intento de mantenerse fiel a algo que no encuentra aún palabras.
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Recuperar la pregunta por el ser
Ser uno mismo no es un punto de partida, sino una construcción. Una tarea, una apuesta. En un mundo que tiende a igualar, comparar y normalizar, apostar por lo singular, por la escucha del deseo, por el respeto de los propios tiempos, es también un acto clínico y ético.
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