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Bulimia y femineidad: del estrago en la relación madre-hija

Más allá de la imagen y la presión social, los trastornos alimentarios revelan impasses estructurales en la subjetivación femenina. Desde el psicoanálisis, este artículo indaga el síntoma bulímico en su relación con el estrago materno, el fantasma y la ideología.


¿Qué lleva a una joven a sostener, casi con devoción, una idea que la daña? ¿Qué fuerza la empuja a obedecer, con culpa o desesperación, a un discurso que la empobrece subjetivamente? Estas preguntas emergen con fuerza al escuchar el relato de una paciente con un síntoma bulímico, profundamente atrapada entre el fantasma materno y el discurso social del cuerpo ideal.

“Si no sos flaca y linda, nadie te quiere”, afirma con naturalidad. Lo cree profundamente. Esa convicción no nace en ella, sino que resuena con el mandato materno, se entronca con la ideología contemporánea y obtura toda posibilidad de pregunta por lo singular.


Fantasma, ideología y síntoma

Siguiendo a Jacques-Alain Miller, podríamos decir que esta joven encuentra seguridad en su fantasma, una matriz de sentido que se articula perfectamente con la ideología vigente. Si el fantasma organiza su mundo, la ideología le ofrece una cobertura simbólica aparentemente sólida. Así, la singularidad del sujeto queda eclipsada por un sistema de frases fijas, axiomas sociales e imágenes idealizadas.

El síntoma bulímico aparece entonces no solo como respuesta a la presión externa, sino como la única forma de inscribirse en un lazo, de sostener una pertenencia: a la madre, a la mirada del otro, al ideal de femineidad dominante.


El estrago materno

En este caso clínico, la paciente relata cómo, desde pequeña, quedó simbólicamente “fusionada” con su madre, especialmente durante el proceso de divorcio de sus padres. “Las dos éramos una”, dice. Acompañó a su madre en los tribunales, adoptó su estética, su dolor, su posición ante el mundo. Se vistió con faldas largas, dejó de ser adolescente para volverse “compañera” de su madre.

Esa identificación extrema con la madre la alejó del juego adolescente, de la exploración de su propia identidad, de la pregunta por su femineidad. El lugar de hija se borró; el de mujer, quedó capturado. En palabras de Lacan, estrago: devastación simbólica producida en la hija por una madre cuya figura se impone sin mediación, sin límite.


Del síntoma al sujeto

El síntoma bulímico no surge como una conducta aislada. Es una respuesta estructural al enredo entre el deseo materno, el lugar otorgado por el padre y el mandato social. Al vomitar, la paciente rechaza —literal y simbólicamente— la voracidad materna. Intenta diferenciarse. Pero el intento es fallido. El acto vuelve a repetir la lógica del exceso y la culpa, atrapándola nuevamente.

El análisis permitió que emergiera una pregunta subjetiva: ¿por qué yo? ¿Por qué este síntoma, y no otro? Esa distancia es clave. Entre el decir de la madre, el discurso social y su malestar, se abre un lugar para el sujeto.


Una clínica que no normaliza

En tiempos donde lo alimentario se trata desde cifras, protocolos y etiquetas, el psicoanálisis propone otra lectura: una que no busca corregir comportamientos, sino abrir un espacio para que la singularidad pueda emerger.

En nuestras formaciones en psicoterapia y psicoanálisis, abordamos estas temáticas con profundidad clínica y ética. No se trata solo de “saber sobre los síntomas”, sino de escuchar el deseo que los habita, el sufrimiento que los sostiene y la historia que los produce.


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